Premio a la vida y obra
de un periodista


Hernando Corral Garzón

Un amigo muy querido había prometido acompañarme hoy en la entrega de los premios. Pero la intolerancia no se lo permitió. Lógicamente hablo de Jaime Garzón. En su memoria, les pido que hagamos un minuto de silencio.

Nunca imaginé, cuando Enrique Santos Calderón me introdujo al periodismo, que este misterioso y fantástico oficio me diera tantas satisfacciones. De eso hace más de veintitrés años, cuando ingrese a la revista Alternativa, donde trabajé al lado del propio Santos Calderón y de Gabriel García Márquez, Antonio Caballero y otro grupo de destacados periodistas que hoy siguen en esta brega.

En el año 1980 ingresé a la televisión colombiana junto a Juan Guillermo Ríos, cubriendo la toma de la embajada de la República Dominicana, y a partir de esa fecha me he mantenido en este medio, concretamente en el Noticiero de las Siete, bajo la dirección de Cecilia Orozco y la gerencia de Augusto Ramírez, en donde durante varios años fui reportero de orden público, teniendo que cubrir muchos de los hechos más importantes en esta materia, incluidos la toma del Palacio de Justicia y los distintos intentos de proceso de paz que diversos gobiernos han adelantado con los grupos alzados en armas.

He sido colaborador, durante distintas épocas, del periódico El Tiempo, y hoy puedo decir, con orgullo, que he sido escogido como uno de los columnistas permanentes de ese importante diario.

Durante más de quince años he coordinado a un grupo de periodistas y politólogos que, periódicamente, nos reunimos en forma privada con distintos personajes de la vida nacional e internacional con el fin de intercambiar ideas. Este experimento ha sido bastante útil y copiado por otros grupos de personas, no sólo por los elementos de análisis que se adquieren, sino porque además, se ha logrado una integración bastante fructífera entre politólogos y analistas con un grupo de periodistas.

Confieso que he tenido una gran vocación por los temas de la paz y, desde hace varios años, hago parte de dos grupos de discusión sobre sus distintos aspectos: el primer grupo dirigido por Horacio Serpa Uribe y el segundo grupo por Rafael Pardo Rueda y Enrique Santos Calderón. Con unos y otros hemos tratado de mantenernos informados sobre el curso que siguen los acontecimientos frente a las iniciativas de paz.

Quienes tenemos la responsabilidad de informar sobre la actual iniciativa de paz que adelanta el Gobierno, no podemos ser inferiores a las exigencias históricas del momento. El país espera de nosotros mayor seriedad en el manejo de las noticias, privilegiando el interés nacional por sobre el llamado “síndrome de la chiva”, que por simplicidad periodística puede poner en peligro el futuro exitoso de la tan anhelada y esquiva paz.

A los periodistas colombianos nos ha tocado ejercer este oficio en un país complejo, violento, con fenómenos que difícilmente se encuentran en otras realidades, como la existencia de una guerrilla con casi cuarenta años de actividades, autodefensas y paramilitares, grupos de poderosos cultivadores y exportadores de cocaína, amapola y marihuana, con preocupantes manifestaciones de corrupción en distintas instituciones del país y de donde no se ha escapado ni el propio periodismo.

Ser periodista en Colombia exige tomar distancia frente a todos los sectores del poder si se quiere mantener un espíritu vigilante y convertirnos en los verdaderos interlocutores de la mayoría de colombianos, impotentes frente a algunos abusos del poder. Se necesita valentía y mística, amor a nuestra patria, pero, ante todo, mantener claros los principios éticos que han hecho del periodismo una labor noble y respetada. Los periodistas no podemos perder nuestra función crítica, ni abandonar nuestro papel de fiscalizadores, pero tampoco podemos convertirnos en alimentadores de la desesperanza, ni en mensajeros de quienes quieren ver una Colombia humillada y sin futuro.

La política y el periodismo no son la mezcla ideal para un profesional de las comunicaciones, ya que en la mayoría de los casos se confunde una cosa con la otra. Utilizar el periodismo para convertirlo en una tribuna al servicio del gobernante de turno o de sus opositores, solo crea más desconfianza en el resto de la población. Tampoco podemos prestarnos a utilizar el chisme o la vida privada de las personas para desprestigiar a los gobiernos o sus opositores. Esta estrategia envilece el oficio por ser un arma poco noble, que degrada la profesión en lugar de enaltecerla.

Recibo el Premio de Periodismo Simón Bolívar a la Vida y Obra de un Periodista, más que como un reconocimiento personal, como una distinción que se nos hace a todos los periodistas colombianos que no tenemos otra virtud que el haber sido y ser simples cargaladrillos. Así lo han entendido la mayoría de periodistas y así lo acepto. Soy absolutamente consciente de que el premio que me han entregado hoy se lo merecen muchos de los periodistas de este país, que con honestidad y dedicación trabajan desde hace muchos años en este oficio. Y espero que cada uno de ellos tenga la oportunidad de recibir en su momento esta distinción, y no muera sin su merecido reconocimiento.

Agradezco las palabras del señor presidente de la República, doctor Andrés Pastrana y la presencia de varios de sus ministros. Y mi infinito reconocimiento a tan distinguido jurado, que generosamente me otorgó este premio, que dedico a mi esposa, Elisabetta Morelli, y a mis hijos, Juana Camila, Laura y Flavio.

A la escritora mexicana Carmen Boullosa y a las personalidades del cuerpo diplomático, periodistas y a todos mis amigos, muchas gracias por su presencia.

Al doctor José Alejo Cortés y a su señora, a Ivonne Nicholls, a Teresa Fayad y a Seguros Bolívar, mil gracias por todas las deferencias que me han brindado y espero estar a la altura de la responsabilidad que implica este honor.